(Continuación de la I parte….)
Afortunadamente, no todos somos iguales. Somos rebeldes porque nos sublevamos al no conseguir los resultados que esperamos. Si queremos un objetivo y nuestro empeño por alcanzarlo no se ha trabajado lo necesario o no se ha hecho adecuadamente, nos molesta y nos enfadamos con el mundo, provocando que desistamos. Nos colocamos en un estado de victimismo y rebeldía. Lo contrario sería repasar qué es lo que nos ha faltado, volviendo sobre nuestros pasos y buscando la forma de conseguirlo.
Para un profesor siempre será más motivador tener una clase de alumnos que estén deseosos de aprender y que lo hagan al mismo ritmo. Todas las personas quieren aprender, sin embargo no todos aprendemos de la misma manera. A aquellos que no lo hacen por los conductos normalizados, les denominamos como alumnos con “problemas de aprendizaje”. Al ser alumnos que no atienden igual que el resto de la clase, dificultan la tarea del profesor. Eso no significa que esos alumnos no quieran aprender. Eso significa que necesitan que su aprendizaje sea diferente.
Detectarlo es muy sencillo para un profesor. Si hablamos únicamente de la comunicación no verbal, observaremos que es un niño callado, que se relaciona poco con los demás, que su cabeza suele mirar hacia el suelo, con los brazos pegados al cuerpo, que su forma de andar es con los pies hacia dentro, que no se mueve mucho, que su letra es pequeña y separada… Hay muchos síntomas por los que un profesor sabe de los problemas de autoestima en un alumno. Eso sin hablar de cuando se expresa verbalmente.
Por supuesto. En el momento que creemos en las personas (alumnos) como seres potencialmente capaces de alcanzar lo que se propongan, se lo hacemos saber y les damos las herramientas para superar los fracasos y verlos como oportunidades, pasamos a darles creencias potenciadoras que les ayuden a superarse y luchar por sus objetivos. No se debería hablar de fracaso escolar, sino de éxito escolar. Si queremos que cambien los resultados de la educación española, no situemos el éxito o fracaso en el alumno, hagámoslo en quienes creamos y gestionamos el sistema educativo, en quienes tenemos la responsabilidad de transmitir para que los alumnos adquieran conocimientos. Todos los alumnos quieren aprender y no saben que hay diferentes formas hacerlo. Por lo tanto, el “fracaso escolar” no es de ellos, sino nuestro.
La mejor metodología es la que respeta al ser humano como ser único, ser que quiere aprender, crecer y alcanzar sus metas, sintiéndose feliz y orgulloso. Esta metodología utiliza las técnicas y habilidades de Coaching, más las materias y conocimientos curriculares, para que el alumno sea capaz de identificar, planificar y organizar los elementos que conforman el curso escolar.
Hay que saber cuáles son las habilidades innatas y fortalecerlas, prestando atención y ayuda en las que son necesarias para conseguir los resultados curriculares.
Cambiaría la formación a los profesores dándoles más competencias para conocer al ser humano. Cambiaría la forma de crear los programas de las asignaturas haciendo protagonistas a profesores y a alumnos. Cambiaría la forma de enseñar, cambiaría la forma de evaluar a los alumnos, cambiaría algunas de las herramientas para enseñar (aunque esto ya se está cambiando) y sobre todo cambiaría a todos aquellos profesores que no hacen crecer a sus alumnos, porque los alumnos son seres potencialmente perfectos. Todos llevan un talento que espera ser revelado o liberado por quién cuida de su formación/educación.
La educación también es producto de la familia y del entorno. No es lo mismo vivir en un entorno pobre de ideas, sin aspiraciones, que en un entorno emprendedor, de lucha y con metas de superación. Aunque tengamos capacidad para discernir lo que es bueno o malo, solemos aprender lo que conocemos. Lo que desconocemos, ni siquiera sabemos que existe. Siempre hemos oído decir que aquellos países/pueblos que no están desarrollados, son más felices que los desarrollados. La diferencia está en que no conocen, o no tienen la misma información, y por lo tanto, son felices con lo que tienen.
Será el alumno, el aprendiz, el que sea capaz con los conocimientos que va adquiriendo, tanto en el aula, como en su entorno familiar y social, el que tendrá que saber gestionar lo que es bueno o malo para él. Sin embargo, necesitará de la ayuda de otros (profesores/coaches/padres/compañeros) que le muestren qué le está faltando para conseguir sus sueños. En definitiva, somos producto del aprendizaje que tenemos cada uno, no solo con las habilidades innatas con las que nacemos, sino con las que aprendemos y desarrollamos a lo largo de nuestra vida.
(Artículo enlazado con El aula de Papel Oxford)