Emociones, sentimientos y estados de ánimo

Desde que nacemos comienzan a florecer en nosotros las  emociones (rabia, tristeza, miedo, alegría, sorpresa,  …). Según vamos creciendo  iremos comprendiendo lo que nos ocurre cuando se presenta una emoción y la etiquetaremos con un nombre.
 
La emoción surge como un impulso a un acontecimiento, normalmente externo,  que se manifiesta en nuestra comunicación no verbal.
 
Surgirá la emoción de la sorpresa/rabia por no conseguir algo y muy probablemente ceñiremos la frente, los ojos y nuestra mandíbula se cerrará, frunciendo nuestros labios.  
 
Al surgir la emoción, nuestro lenguaje entra en juego y daremos un nombre a lo que nos pasa, a lo que sentimos.
 
Siento rabia porque mi compañero ha vendido mi idea como suya.
 
 
Según nuestro desarrollo cognitivo seremos capaces de comprender nuestras emociones, de saber lo que nos pasa y cuestionarlas, formulando juicios. Si somos muy pequeños, ni nos lo planteamos. Pero a medida que nos desarrollamos nos cuestionaremos todo, creando una serie de juicios que nos acompañaran en nuestro devenir, creando aprendizajes.
 
Llevo días aguantando las sonrisitas de mi compañero cuando sabe que la idea es mía. Es un pelota y nunca más confiaré en él.
 
Este sentimiento de rabia y frustración me hará pasar de un estado anterior de serenidad a un estado de venganza. Ese sentimiento puede convertirse en contagioso.
 
A diferencia de las emociones que son instantáneas, los estados de ánimo perduran en el tiempo. La buena noticia es que si son negativos para nosotros, los podemos cambiar.
 
Los juicios que generamos durante los estados de ánimo en los que no vemos salida, suelen ser juicios de no posibilidad. Dependerá de cada uno de nosotros, ser capaces de buscar una solución. 
 
Esa solución pasa por sentirse o actuar como víctima o como protagonista. Con el primero me quedaré estancado,
bloqueado, sin encontrar soluciones; y con el segundo, buscaré salidas.
 
Si decidimos ubicarnos en los estados de ánimo que nos facilitan posibles soluciones, nuestros juicios abrirán posibilidades. Estos serían:
 
la serenidad desde que pongo distancia para verlo más objetivamente y cuestionarme si su acción ha sido realizada desde la maldad o la ignorancia;
la ambición que provoca en mí el tomar decisiones hablando con quienes me han herido (el causante y el ignorante) y replantear de nuevo la propuesta;
la confianza, de saber que en el pasado mi compañero nunca había hecho algo así, y podré planteárselo para saber qué ha ocurrido.
la aceptación, cediendo a  lo que pasó,  pasó.
 
Si, por el contrario, decidimos quedarnos en aquellos estados de ánimo en los que nos bloqueamos, como pueden ser:
el resentimiento, nos sentiremos víctimas, seremos esclavos de nuestras palabras, de nuestros juicios y no querremos hacer nada por cambiar.
la resignación con la que me resigno y no busco posibilidades para cambiarlo.
la desesperanza, por la que me agoto y no pienso en encontrar una solución.
la desconfianza, por la que juzgo el daño que me han hecho.
el temor a lo desconocido y a pensar que no hay salida.
 
Estos estados de ánimo de no posibilidad podemos modificarlos, simplemente cambiando el lenguaje y tomando acción; creando estados de ánimo que posibiliten el aprendizaje.
 
En la resignación deberé pasar del estado de víctima a protagonista tomando decisiones que me hagan ambicionar un cambio.
 
En el resentimiento deberé digerir mis pensamientos aceptando lo que me ocurre y pasar a la serenidad.
 
Y tú, ¿sabes distinguir tus emociones?
 
 

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